viernes, 17 de junio de 2011

Los “archivos secretos”, del pintor ecuatoriano Rafael Diaz

¿El porqué de algunas imágenes?
Percepciones”, una muestra del pintor ecuatoriano Rafael Díaz, que se puede ver hasta el 22 de junio, en el Espai per a l’Art, entresuelo de calle Santa Anna 6.

Por: Arnau Puig
Publicado en la revista Catalina “La Catalunya Latina”, junio 2011

¿Añade conocimiento o sensibilidad? Esa es precisamente la cuestión que me plantea contemplar la obra de Rafael Díaz. ¿Se llega al arte porque se siente en las entrañas de uno mismo o porque el arte resultaría el documento de lo que se ha vivido y experimentado? Las dos respuestas son posibles pero creo que solo la primera es la válida si realmente lo trazado, lo elaborado ha de tener algo más que la fuerza del documento.
Después de observar la obra de Díaz, y aun conociendo su génesis – la realidad de un entorno vital y social –, lo artístico acaba rindiendo la sensibilidad del observador. ¿Qué son o de qué van esos seres sin cabeza, esos perros transmutados o esas piernas o zapatos sin ubicación? Una percepción casi innata de totalidad de cada cosa convierte aquellos amasijos orgánicos en esperpentos, en seres o cosas faltos de integridad o ejecutados, ya por una ley moral que tiene que mostrarse viva e imperante cuando todo falla en este mundo. Esa es una versión de los hechos que presenta la obra de Díaz. Pero la otra versión puede ser que de aquellas cabezas sólo hay rastros de humo, nubes, la presencia de lo diluido, y que el efecto se consigue mediante pintura, color, textura, algo incoherente con la rotundidad de una sentencia física o moral, pero en cambio precisamente aquélla a la que acudiría el arte cuando de lo real ya no queda nada más que la impresión de lo que se querría mantener el recuerdo.
Ahí empieza una acción creadora que sólo una sensibilidad artística es capaz de resolver. Es más creo que la obra, el cuadro, se invierte y pasa a ser el resto lo presente y efectivo; de la no cabeza, del humo y de sus nubes sale el cuerpo entero que ya tampoco actúa como cuerpo sino como conjunción y combinación plástica, como espacio que unos colores dispuestos de un cierto orden – como decía y quería el simbolista Maurice Denis – dejan de ser cuerpos organizados para convertirse en una amalgama de colores que atraen por ellos mismos y porque obedecen a la sensibilidad de un creador.
¿Qué importa, aunque sea lo más importante, qué realidades dieron lugar a aquellas elucubraciones plásticas si el resultado consigue superar todas las ataduras a lo real sin que por ello, lo real, deje de doler? Pero en el arte lo importante no es lo vivido, que todos y cada uno de los humanos lo vive a su manera y muy personalmente, sino su forma alcanzada, abstracta respecto de la concreto, pero muy concreta respecto a sí misma. En arte lo que impresiona no es la plasmada rotundidad de lo objetivo sino la vibración imparable de lo sentido emplazada en el espacio como fruto y resultado de una gestualidad que ya no es reivindicativa sino tendente a captar las sutilezas plásticas de lo que un día fue vida y rabia. Las formas concretas acaban en la rigidez del testimonio, pero las formas del arte conservan siempre viva la fluidez de la emoción.
Ese es el sendero que después de la realidad social humana siguió el pintor Rafael Díaz; los dolores, de tanto sufrir, llegaron a embotarse pero sus versiones plásticas, sus plasmaciones pictóricas conservan toda la fluidez y la riqueza de lo que aún es emocionalmente presente y testimonial. No en balde el pintor habla de sus “archivos secretos”, la fuente de las aguas sucias y dramáticas de las que manan después los efluvios cromáticos. Los poetas lo saben muy bien; por eso retienen en los sonidos de las palabras aquello que nunca más escapará.

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